¡Será por días!

Siempre pensó que tendría tiempo para hacer realidad sus sueños, para desarrollar su verdadera vocación, para visitar aquellos maravillosos lugares que sólo había visto en fotos, para ponerse ese vestido, para atreverse a dar el primer paso. Pero posponía aquellos momentos de lectura para visitar a personas que aborrecía, cambiaba el dinero de esos viajes para pagar facturas y mantener un ritmo de vida que no le hacía feliz. Las horas que quería dedicarle a su vocación se las regalaba a aquel teléfono que no paraba de sonar.

¡Será por días! Se solía decir.

Pensamos que madurar es abandonar los sueños, "quitarnos los pájaros de la cabeza" y parecernos cada vez más a lo que hace la gente, en definitiva, ser "normales", pero hay espíritus que no están hechos para esa vida, son cisnes tratando de convertirse en patos. Y, a veces, ese sacrificio puede ser más peligroso de lo que imaginamos.
A ella, esa vida llena de preocupaciones que realmente no le pertenecían le cansaba cada día más y sólo le aliviaba el pensar que un día sería libre y feliz. Lo que no podía imaginarse es que su cuerpo no estaba exhausto sino enfermo.
Entre aquellas paredes blancas que cada día se le antojaban más tétricas, la médica le miró con pena maternal, su actitud siempre distante se volvió compasiva, y era evidente que no sabía como comenzar aquella frase. Diez años de medicina no son suficientes para decirle a alguien tan joven lo poco que le resta de vida. Le entregó unos papeles, como si la justificación de lo que estaba pasando pudiera mermar su dolor y hacer la realidad menos terrible. La joven no pronuncio ninguna palabra ni dió muestra de sentir nada. Le dió las gracias a la médica y salió de la consulta. Se sentó en un banco y lloró hasta que no le quedaron lágrimas, totalmente impasible ante las miradas de todo aquel que le miraba con preocupación o curiosidad.
Entonces se dió cuenta de que, por primera vez, no le importara lo que pensara la gente, porque de todas formas, iba a morir. Se secó las lágrimas, dobló las hojas que le había dado la médica por la mitad y las partió con cuidado con las manos. Sacó un bolígrafo del bolso y de dispuso a escribir todo aquello que pensaba hacer a partir de ese día, sin importar los días o meses que le quedaran de vida. Cuando acabó se levantó con una sonrisa, y se lamentó de que para reaccionar, hubiera sido necesario sentir el aliento de la muerte en su nuca.



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