A ti, que ahora eres un desconocido

 Tres golpes en la puerta de su caravana le despertaron. De mal humor se levantó en calzoncillos y, detrás de la puerta vió aquellos tan familiares cabellos de punta.

-¿Qué quieres?- dijo con un ojo medio cerrado.
-El cartero me ha dejado una carta para ti.
-Ya te he dicho mil veces que rompas todas las cartas que recibas para mí.
-Ya, pero esta... No sé, está escrita a mano y la letra parece de mujer, así que...- le dijo tendiéndole la carta.

Él la cogió y cuando vió la letra abrió los ojos de golpe.

-¿Sabes de quién es, verdad?
-No, pero como te pones tan pesada, la leeré.

Ella no le creyó, pero se despidió de él, con la esperanza de que le contara algo. Él tragó saliva y se hizo un café mientras decidía si abrirla o romperla sin más. Al final la curiosidad venció al orgullo. Se sentó en la única silla que tenía y con una pequeña navaja, abrió la carta, de la misma forma que siempre lo había hecho su padre. Hay cosas de las que uno no se puede deshacer así como así.


A ti, que ahora eres un desconocido:


Aún recuerdo la primera vez que tu mirada se detuvo con sorpresa en algo que yo había escrito. La forma en la que había descrito los fuegos articiales que indicaban el final de fiestas te pareció algo inaudito para alguien de mi edad.
Es curioso, pero aunque no recuerdo ni una sola de las palabras que escribí, creo que nunca olvidaré tu reacción ante algo que escribí con absoluta desgana. Quizás era por mi afán por despertar tu orgullo. Conseguir tu aprobación era para mí pensar que no había nada que no estuviera a mi alcance. Quería ser como tú: fuerte y valiente.  Inteligente y trabajadora.

Quizás fue mi búsqueda de esa aprobación o mi amor por las letras lo que me impulsó a seguir escribiendo sin parar. Pero pronto te cansaste de tener que leer todo aquello que pasaba por mi cabeza, todas aquellas hojas que proliferaban sobre mi escritorio por doquier. En vista de que no reaccionaba a las indirectas, decidiste tomar la estrategia más eficaz: la humillación. Surtió efecto. No volviste a leer nada más de lo que escribí, aunque eso no quiere decir que no siguiera escribiendo.

¿Qué pensarías hoy de mí? Dejabas el peso del mundo sobre mis hombros, pero aún así me considerabas débil. Yo intentaba ser mejor sin darme cuenta de que el problema no radicaba en que no pudiera ser mejor, sino en ser mujer.
Me regocijo con autoorgullo al recordar como me gritabas aquello de "feminista de mierda", como te burlabas sobre mis ideas de igualdad, y como me decías que lo único que me faltaba para llevar todavía más al absurdo todo aquello, era hacerme lesbiana. Sí, "hacerme", como el que se hace militar o banquero.
La verdad, es que si mi orientación sexual dependiera de mí, es probable que me hubiera acostado con una mujer, sólo para darte en los dientes, para demostrarte que ni siquiera para eso necesitaba a un hombre.

Aquellas ideas que empezaron a surgir a principio de la adolescencia, son hoy más sólidas y maduras. Me he atrevido a enseñarle al mundo aquellas páginas de las que te reías y decidí que el mundo es para comérselo y no para llevarlo sobre los hombros, ¿qué pensarías hoy de mí? Me lo he preguntado tantas veces...
Me seguirías considerando una traidora pero sé que te sentirías secretamente orgulloso de que no dejara que nadie, ni siquiera tú, me hiciera abandonar quien soy y lo que quiero.

¿Qué dirías la ver mi cabeza metida entre aquellos libros de historia que antes no conseguía que leyera?¿Qué pensarías al verme oír esa música de la que tanto me reía cuando tú la oías? ¿Pensarías que soy como tú?

He sido capaz de sobrevivir con menos recursos, de conseguir trabajos y favores sin tener que engañar ni amenazar a nadie. No era cierto que el respeto se ganara a hostias. No es necesario ser falso para que la gente confíe en ti.

Si leyeras esto, me mirarías con desprecio, dirías que se me ha subido mucho a la cabeza lo poco que he hecho. ¿Y sabes qué? Que tienes razón, por fin se me ha subido a la cabeza. Por fin me valoro a mí misma y lo que hago.Me aplaudo cuando es necesario; ya no necesito que me aplauda nadie más.

Ni siquiera un hombre. Me acerco peligrosamente a la treintena, y tal y como te dije, no aspiro a casarme y vivir de forma tradicional. Llámame puta si quieres. Ya no me impresiona que lo digas ni lo pienses, de hecho, podría asomarme a la  ventana y gritar yo misma que soy la más puta de todas las putas, y me importaría bien poco lo que los demás pensaran.Después de librarme de tus juicios de valor, librarme de los de los demás me parece lo más sencillo del mundo.

Quizás creas que mi carta es una sarta de insultos y reproches, pero no, esta carta es para decirte que, a pesar de todo, te perdono. Las heridas que me hiciste, ahora sólo son cicatrices que me recuerdan aquellas cosas que nunca más debo soportar.

Te perdono, porque me dejaste una valiosa lección, a decir verdad, me dejaste muchas valiosas lecciones. Me hiciste fuerte y valiente. Impulsaste mi independencia, y con la vida que me dejaste, no me quedó otra que ser lo más trabajadora que pudiera. Así que bueno, al final si que conseguí ser como deseaba.
Me enseñaste a no dejarme chafar por nadie, a caminar por la vida con la cabeza bien alta y a no rendirme. Me enseñaste a desconfiar y a no ser buena con todo el mundo porque sí. Me enseñaste de picardía y estrategia. Me enseñaste de venganza y orgullo, pero también de dignidad y amor propio.

Muchas personas hablan de esa hostia que le cambió la vida. Sin embargo yo, hablo de muchas hostias, fue como caer por un precipicio y golpearme con piedras y ramas una y otra vez ¿Pero sabes qué? Ya llegué abajo. Y aunque aun esté dolorida, siempre saldré adelante. Como siempre hice. Como quizás, tú me enseñaste a hacer.
No quiero que estés a mi lado ni en mi vida, pero te perdono y te deseo que, allá donde estés, no tengas que sufrir más (ni nadie más tenga que sufrir por ti).

Dobló la carta y la metió de nuevo en el sobre con los ojos llorosos, pero sin derramar ninguna lágrima. Los hombres de verdad no lloran. Aquella puta tenía razón en todo: era una traidora y una egoísta con muchos pájaros en la cabeza, pero admiraba aquel par de cojones que le había echado a la vida. Si fuera un hombre, hubiera llegado muy lejos. Lástima.









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